Frente al avance de la IA en los rubros creativos se pone en jaque la singularidad humana. Los mundos, las vivencias, las experiencias y las huellas de la psique en estos trabajos corren riesgo de desaparecer. Aquí comparto una mirada personal sobre el tema.
Por Alejandra (Alex) Ramírez Olvera
Para cada cosa bajo el sol hay un tiempo, dice más o menos el texto bíblico (según la versión que se consulte): tiempo para nacer y para morir; para reír y para estar tristes; para construir y para destruir. Y aquí me detengo, en la destrucción ocasionada por el advenimiento de la IA en sus múltiples expresiones; una destrucción que promete (de)construcción y (re)generación [?] como no se han visto antes, pero que, curiosamente, ignora el vaivén propuesto por el citado texto, la cadencia de los ritmos de la vida que nos rigen a los humanos y de los cuáles no escapamos quienes creamos. Esos que nos hacen ser unos en primavera y otros en invierno; con el cableado distinto en la veintena frente a la cuarentena. Esos que, indudablemente, impactan las autorías de un libro –su escritura y traducción– y enriquecen así la experiencia.
Como humanos seguimos pautas, nos agrupamos por ubicación y afinidades, somos predecibles, sí –no por nada existen las barras de aficionados en el «fut», el fenómeno Swiftie o las identidades nacionales–; en eso podríamos conceder una similitud con la IA y su combinación de patrones. Pero, y pensemos esto bien, lo generado a partir de su predicción estadística, resultado de la vastedad de repositorios de los que se nutre, ignora, no obstante, la chispa de singularidad humana que no se repite jamás: la belleza del libro traducido que conjunta dos historias de vida, al menos dos lugares y perio - dos de tiempo y estados de ánimo y necesidades de quien escribe un texto en una lengua y quien luego, en otra, transmite los sentidos expresados por el primero. Así, al eliminar esa dimensión que apenas logro comprender, ya no digamos nombrar (a pesar de percibirla cada vez que traduzco un libro), que toca la psique, el espíritu, la esencia, la conexión ancestral humana o como le queramos llamar, me atrevo a afirmar que la IA generativa nos entrega apenas un cascarón, una mera imitación de la plena expresión humana, útil y válida si lo que buscamos es un parque de diversiones para entre - tener la mente, pero carente de la profundidad que, en esta mi visión trascendental del acto traductor, reviste a las subsecuentes lecturas de lo traducido; profundidad que permite a los pensamientos expandirse, moverse, transformarse, produciéndo - se muchas veces un círculo virtuoso de creación, cuyo resultado son más libros —en traducción, si tenemos suerte— y canciones y fotografías y óperas y otras expresiones de creación humana.
Luego entonces, temo que, de vernos inundados por productos de IA generativa, se pierdan los chis - pazos de energía, el «telegrama extrasensorial» que se envía y recibe cada vez que alguien lee una página y se conecta, así sea por microsegundos, con el vaho dejado por una escritora y su traductora, ambas únicas como el ADN que las compone, al crear, en un tiempo y un espacio, un producto humano irrepetible. Deschavetado como pueda sonar todo lo anterior –mi estado de conciencia en su juicio– estoy convencida de que extrañaremos el telegrama extrasensorial el día en que dejemos de leer traducciones hechas por personas. Temo que solo entonces nos demos cuenta de su existencia y sea demasiado tarde para recuperarla. Y que entonces extraviemos también una esencial, si bien esquiva, parte de nuestra humanidad que nos conduzca al tiempo de la muerte colectiva, habiendo ignorado el tiempo de intentar (defender a los autores y sus derechos), eligiendo en cambio desistir; habiendo callado cuando era tiempo de hablar.
Temo que, de vernos inundados por productos de IA generativa, se pierdan los chispazosde energía, el «telegrama extrasensorial» que se envía y recibe cada vez que alguien lee una página y se conecta, así sea por microsegundos, con el vaho dejado por una escritora y su traductora, ambas únicas como el ADN que las compone, al crear, en un tiempo y un espacio, un producto humano irrepetible.
Así que aprovecharé este espacio para hablar: ¿por qué seguir eligiendo a seres humanos para traducir literatura? Porque, de otra forma, permitiremos que la IA nos ilumine como un reflector de alta potencia, dejándolo todo, aparentemente, claro y luminoso como el día, al chasquido de un prompt, mientras nos priva de las texturas de la experiencia humana apreciables solo con las luces y sombras producidas por la chispa y variaciones de la flama generada en un momento, en un lugar, por la vida de una traductora cuando se sienta trabajar.
Todo tiene su tiempo bajo el sol y, a los autores, la muerte creativa nos debería llegar solo como resultado de la muerte natural.
* La autora del artículo es traductora literaria y audiovisual – lenguas escandinavas.