El jugar del dibujar

Juan Augusto Laplacette es psicólogo especializado en infancias y comparte en esta nota su sus reflexiones e investigaciones sobre la vinculación del juego con el dibujo.

Por Juan Augusto Laplacette  

¿Qué hay del jugar en el dibujar? En los primeros años de la vida —y sin darnos cuenta— el jugar se encuentra con el dibujar. Desde bebés jugamos, pero el dibujar necesita algunos logros madurativos- motrices, cognitivos y psicoafectivos para desplegarse, como por ejemplo coordinar la visión con la prensión. Más aún, la mayoría de los autores que han estudiado el dibujo en el desarrollo de los sujetos suelen coincidir con que las primeras actividades vinculadas al dibujar tienen más de juego que de dibujo intencional. De hecho, en la literatura científica, uno de los autores que suele citarse como primera referencia del tema es James Sully y su obra “Estudios de la infancia” (1885) donde relaciona al garabato con el juego. Posteriormente, Georges Rouma en su estudio “El lenguaje gráfico del niño” (1913), explicó que la primera etapa del dibujar se centra en la vinculación y exploración del niño con los instrumentos —lápices u otros elementos de dibujo— y con la atenta observación de los objetos que lo rodean. Podemos decir entonces que varios autores —como Burt, Luquet, Lowenfeld y Brittain— coinciden en que los primeros dibujos se caracterizan por el placer de la expresión motora en sí misma, una especie de juego sensorio-motor, y no por un trazado con finalidad de representar. De hecho, el lazo entre esa temprana actividad lúdica y la intención figurativa —de crear una imagen— sucede cuando el niño encuentra analogías de aspecto entre alguno de sus trazados y un objeto real.

Entonces, pareciera haber un eje transversal en el proceso del dibujar en las infancias: lo lúdico. El movimiento y el placer motriz que caracteriza los primeros trazos guarda una estrecha vinculación con el jugar y la exploración activa. En este sentido, dibujar implica jugar y comparte con el juego el lugar de lo espontáneo, de lo placentero, de posición activa, creadora, deseante y por ende, espacio subjetivante.

Dibujar implica movimiento desde el inicio. En principio es el cuerpo el que se mueve, pero luego lo harán las ideas, los enunciados, las representaciones, los recuerdos, las emociones, los conceptos y las estructuras. Por eso, así como Winnicott diferencia juego de jugar —para marcar la actividad dinámica del verbo en relación con lo estático y descriptivo del sustantivo—, aquí podríamos subrayar la importancia de diferenciar el dibujo de dibujar.

Pintores, dibujantes y diferentes artistas adultos han expresado la potente relación entre sus expresiones creativas presentes con sus experiencias infantiles pasadas. El artista visual Román Vitali explica que el material con el que trabaja en sus obras —cuentas facetadas encastrables— le interesó desde muy chico. Relata que vivía con su abuela y que ella tenía un rosario hecho con ese material sobre la pared naranja de su dormitorio. Siempre le llamó la atención su brillo y su estructura porque era muy similar a cómo se encastraban los Rasti o los Legos; y a él le encantaba jugar con Mis ladrillitos —que habían sido el regalo de sus padres para evitar que se pusiera celoso ante el nacimiento de su hermano—. El mismo Picasso en las dedicatorias de sus obras de los últimos años recreaba unos espirales que habían sido sus primeros dibujos de la infancia. Sus biógrafos describen que ya a los 8 años había dominado el óleo como técnica de pintura. Sin embargo en una entrevista, Picasso afirmó que le tomó 4 años pintar como Rafael, pero toda una vida pintar como un niño.

No siempre es fácil diferenciar las experiencias infantiles de las adultas —al menos en lo práctico— como lo es en lo teórico-conceptual. La autora integral Yael Frankel no asocia su dibujar con el jugar de su niñez, sino más bien con su adultez. Para ella dibujar es un volver a jugar: “Me tengo que imaginar a mí misma diciéndome que es un juego para no tensarme, para no sentirme tan encorsetada”.
Al generar ese espacio para jugar al dibujar se configura un clima de libertad.

A veces, la vinculación entre los distintos momentos de la vida (infancia, adultez) se va tejiendo a través de vivencias que hacen a una continuidad existencial que entrama el jugar con el dibujar casi sin darnos cuenta. Para la talentosa Isol, la creación siempre está unida al juego. El placer por el contacto con los materiales, la improvisación, la invención de historias, el humor, son diferentes entradas lúdicas que hacen al dibujar. En lo específico, recuerda que cuando era niña jugaba a inventarle títulos a las pinturas de los libros de arte de su papá. 
También le hacía creer a su hermano que leía inglés y que entendía lo que allí se decía sobre los cuadros, creando historias sobre esas diferentes escenas visuales. Un jugar que, como un continuo, aparece en su obra actual y en sus talleres de ilustración. Alrededor de estas ideas, la escritora estadounidense Úrsula K. Le Guin —influenciada en su obra por la antropología cultural— dijo: “El adulto creativo es el niño que sobrevivió después de que el mundo intentó matarlo para convertirlo en ‘adulto”.

Ya sea desde la recuperación de los juegos de la infancia, desde la preservación y continuidad de esos juegos, o desde la creación de nuevos espacios para jugar, nos acercamos a diferentes modos de vinculación entre el jugar y el dibujar. Tejidos de elementos heterogéneos: experiencias sensoriales, vivencias afectivas, recuerdos, representaciones, entre tantos otros. Si el jugar aparece con tanta diversidad y potencia en el dibujar, ¿qué espacios y tiempos para jugar hay en nuestro dibujar actual? ¿Cuáles pueden ser los principales obstáculos para sostener ese dibujar del jugar y ese jugar del dibujar? ¿Qué puede facilitar, promover, cuidar ese entramado lúdico-gráfico? A continuación trazaré algunos ejes para construir algunas respuestas o ideas posibles.

El placer por el contacto con los materiales, la improvisación, la invención de historias, el humor, son diferentes entradas lúdicas que hacen al dibujar.

Exploración 

Tal como lo mencioné antes, el jugar y el dibujar comienzan desde la pura motricidad, desde el placer motor y sensorial que tanto protagonismo tiene en los primeros tiempos del desarrollo de un sujeto. Hay allí una constante y activa exploración del mundo, de lo que rodea a un bebé. Tocar, apretar, acariciar, chupar, morder, mirar, oler, tirar y arrastrar los objetos del mundo son diferentes formas de vincularse y conocer esos objetos. De ese modo, similar a la técnica collage, un bebé va construyendo —en el marco de vínculos afectivos con otros— su mundo, el mundo. Pero, ¿cuánto espacio y tiempo para exploración lúdica se sostiene en nuestro dibujar adulto? Pensando en ejes o coordenadas comunes, podemos acordar que vivimos en épocas donde suele priorizarse el resultado antes que el proceso. La producción contemporánea se focaliza más en la cantidad — mayor producción en menor tiempo— que en la cualidad. En mi opinión, es ese uno de los principales obstáculos en la continuidad del profundo vínculo entre jugar y dibujar. Porque cuando jugamos necesitamos tiempo, tiempo para explorar, ante todo. Generalmente no sabemos a priori con qué vamos a jugar. Necesitamos conocer y vincularnos a partir de la experiencia misma con diferentes objetos antes de elegir.
En la actualidad, la posibilidad de técnicas digitales al dibujar es infinita. Pero aunque seamos expertos en programas digitales de dibujo, quien no ha pasado por la experiencia viva y corporal de trazar con un crayón —o de utilizar diferentes texturas, superficies y materiales—, siempre logrará una versión empobrecida en lo digital. Porque para lograr una honesta aproximación analógica desde lo digital es fundamental contar con suficiente experiencia analógica. Al utilizar un pincel digital para intentar dejar un trazo —una marca como si fuera un pincel manual— es indispensable saber desde lo experiencial qué se siente, cómo se vivencia el trazar con un pincel en lo analógico. Es cierto que el avance digital ha posibilitado reducir los tiempos de ejecución y desarrollo gráfico. Sin embargo puede transformarse en un problema si esa reducción significa aplastar el tiempo exploratorio, el momento y el espacio para probar, para crear lazos con la materialidad. Entonces, creo que la potencia de lo digital se inscribe más en la suplementariedad que en la sustitución.

Selección

La exploración se conecta directamente con la importancia de la selección y, sobre todo, de la construcción de sus criterios: Así como es imposible jugar con todo, es imposible dibujar con todo. Para que el jugar y el dibujar sean posibles es necesario seleccionar. Y digo que la selección se asocia con la exploración, ya que lo digital ha multiplicado significativamente las posibilidades.
Por eso elegir se hace más difícil. En lo digital podríamos probar durante toda la vida qué opción de color funciona mejor en un dibujo, ya que las opciones son infinitas: tipo, saturación, brillo, contraste, textura, entre otras. Así, encuentro en la época actual un segundo obstáculo que considero necesario explicitar: la problemática de la sobre-estimulación que dificulta la selección, la síntesis, la elaboración.

En un mundo que tiende a creer que el problema es la falta de estímulo en lugar de la sobre-estimulación —y que produce incontables materiales para las infancias con objetivos rígidos, adoctrinantes y con poco espacio para lo singular, la creatividad y el placer—, las actividades creadoras se ven amenazadas desde sus inicios tempranos.

En mi reciente libro álbum “Como si fuera tan fácil”, intento representar en una escena algo de lo que me generan estas situaciones sobre-estimulantes. Simón, el protagonista de la historia, está en la juguetería frente a una gran estantería repleta de juguetes. Sus papás le indican que elija uno sólo, y que no sea muy caro. Simón dice: “Como si fuera tan fácil…”. Que existan cada vez más objetos, productos, opciones, variantes, no necesariamente hace las cosas más fáciles. Podríamos pensar que sí porque aumentan las posibilidades.
Pero, por otro lado, si ese aumento de cosas no va acompañado de una ampliación, una complejización o un mayor desarrollo de criterios de selección; entonces se transforma en un problema y no en una solución. Es por ese déficit en la selección que solemos enfrentarnos a situaciones sobre-estimulantes de significativo estrés y quedamos expuestos a respuestas de inhibición-retracción o impulsividad.

Entonces, partir de la limitación al dibujar es generar un clima propicio para jugar. ¿Qué cosas puedo dibujar con un material específico y no otro? ¿Cuánto puedo contar al dibujar con sólo dos colores? ¿Qué dibujos puedo realizar dentro de un recorte cuadrado? Estas son algunas limitaciones que invitan a jugar, porque lejos de reducir la experiencia, la acotan; y al acotar se potencia la posibilidad de combinación, de elaboración y de reinvención. Es una especie de paradoja que implica delimitar para complejizar, potenciar y ampliar. Así, lo inabarcable se hace más cercano, más aprehensible, posible; pero al mismo tiempo se resguardan y expresan sus múltiples posibilidades, lo que representa su profunda complejidad.

El jugar configura infinitos mundos posibles: diversas formas de interpretar y recrear la realidad; lo observado, lo escuchado, lo vivenciado. Esa misma potencia metafórica es la que enriquece al dibujar.

Metáfora

El jugar configura infinitos mundos posibles: diversas formas de interpretar y recrear la realidad; lo observado, lo escuchado, lo vivenciado. Esa misma potencia metafórica es la que enriquece al dibujar. Tal como me sucede con cualquier texto literario, admiro y disfruto extraordinariamente los dibujos que llevan consigo diferentes capas de lectura, de interpretación, de mirada atenta, sensible, inquieta. Porque cuando un dibujo genera esos espacios multiplica las posibilidades de habitarlo. Sin embargo, en la época actual —la época de la imagen— pareciera haber un gran empuje por la explicitación y el reduccionismo de los sentidos. La literalidad avanza, incluso contra el humor —gráfico y no gráfico—. Quizás esos movimientos responden a la profunda desesperación ante la incertidumbre y la velocidad características de estos tiempos. Agarrarse de sentidos estáticos, fijos —que pueden leerse a primera vista, en una simple ojeada o a vuelo de pájaro—, parece generar una ilusión de calma, de certeza que evita sumar nuevos interrogantes. Pero es justamente allí, en cada uno de esos efectos, donde creo que radica una preocupación existencial. Porque la vida no tiene tantas oportunidades para experimentar diversas perspectivas del mundo si no es a través de la metáfora, poniendo a jugar los sentidos, las palabras, los trazos. Cuando no hay posibilidad de metáfora se termina el juego y su potencia simbólica. Si la piedra es piedra y no puede transformarse en una rueda, entonces la realidad no tiene posibilidad de otra cosa, ni nuestras vidas deseantes, ni el deseo mismo. Como dice el poeta Samuel Taylor Coleridge, un buen lector hace una deliberada suspensión de la desconfianza. Sólo así es posible el encuentro sensible con lo literario. Muchas veces se dice que la realidad supera a la ficción, pero creo que debiéramos apuntar a la dirección inversa, porque sólo si la ficción —en su profundo sentido simbólico— supera la realidad, tendremos la posibilidad de construir futuro y transformar el presente. En todo caso, si la realidad supera a la ficción ¿no será por la deficitaria ficción de nuestro mundo, por el avance de la literalidad más que de lo literario, por el empuje de la funcionalidad y el utilitarismo más que de lo subjetivante y deseante? Pienso que todo ello forma parte de otro gran obstáculo contemporáneo para garantizar que el dibujar se enriquezca con la potencia metafórica y por ende, sea un verdadero proceso lúdico.

Cuando no hay posibilidad de metáfora se termina el juego y su potencia simbólica.

PARA SOSTENER EL JUEGO

Algunas características de nuestra época pueden obstaculizar el complejo vínculo entre jugar y dibujar, tan entramado desde los inicios del desarrollo subjetivo.
En el análisis crítico de esos obstáculos se encuentran algunos de los ejes que creo fundamentales para facilitar, promover y proteger esa sensible y potente vincularidad: generar y sostener tiempos y espacios de exploración; construir y desplegar criterios que posibiliten la selección —la limitación como potencia—; y abrir a la multiplicidad de sentidos, a lo metafórico.

Estas ideas llevan a pensar en la importancia del jugar en el dibujar, incluso en la adultez. Así como en el desarrollo de muchos sujetos la actividad sostenida de dibujar se va con la niñez o la adolescencia, también el jugar encuentra menos espacios hacia la adultez —al menos en nuestra sociedad y cultura—. Recuperar esos jugares, esos espacios y tiempos se vuelve entonces un desafío impostergable en quienes dibujamos, sobre todo si queremos sostener y alimentar un dibujar jugable y jugado, profunda y sensiblemente conectado con nuestro deseo, con nuestra subjetividad y singularidad. Como decía Bruno Munari: “el juego implica la participación de todo el individuo, de todos sus sentidos”.

Considero que el dibujar conlleva la materialización de estados emocionales complejos a través del jugar. Por eso la fuente de inspiración puede estar en cualquier lugar y momento; pero siempre parte de la experiencia singular y de los vínculos que tejemos con el mundo, con las cosas y con los otros. En general, desde las experiencias más tempranas de nuestra vida.
Así, crear implica atravesar cierto caos e incertidumbre y tomar decisiones. Posicionarse desde la propia subjetividad para resolver lúdicamente. Si el proceso aloja esa honestidad, si se juega lo suficiente en el proceso, más chances tenemos de dejar marcas deseantes, trazos que configuren formas y movimientos, encuentros y desencuentros, preguntas y respuestas posibles, palabras y silencios... La subjetividad misma.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Juan Augusto Laplacette
Galería de ADA

Licenciado en Psicología por la Universidad de Buenos Aires; Especialista en Psicología Clínica con Niños; Miembro de la Sociedad Argentina de Primera Infancia; Docente e Investigador en Infancias y Juego; Socio de la Asociación de Dibujantes de Argentina.