¿Qué pasaba por la cabeza de los ilustradores de ADA en los 70s? En esta interesante recorrida histórica podremos observar a través del humor las reflexiones de los colegas en aquellos años.
Por Luchía Arturi
En los turbulentos años´70, la Asociación de Dibujantes de Argentina (ADA) sostuvo su objetivo de defender los derechos profesionales de sus afiliados. Esta entidad pasó por varias comisiones que —de diferentes maneras— reflexionaron sobre el oficio del dibujante.
El humor (particularmente el gráfico) fue parte de esta reflexión, por lo que nos preguntamos: ¿Cómo representaron su profesión los miembros de ADA? ¿Cómo dibujaron sus preocupaciones? En esta nota —con hincapié en El Tablero y en el suplemento de humor T.h.— veremos cómo los dibujantes se mofaron de su práctica y de sus problemas.
Abril de 1974. Se publica el primer número de El Tablero, en un clima atravesado por la vuelta de Juan Domingo Perón. “Por un dibujo nacional, al servicio de la cultura popular” se lee en la portada; y debajo, bien grande, un chiste (Imagen 1):
“Lolo” (¿Amengual?), de pelo largo, pantalones acampanados y con una carpeta bajo el brazo, se lleva un chasco. Una de las principales preocupaciones de los miembros de ADA en ese momento era justamente qué hacer por la liberación nacional. En otras palabras, ¿qué rol debían ocupar los dibujantes contra la dominación imperialista? Los afiliados de ADA consideraban que, al ser “creadores (...) de mensajes reproducidos a través de medios de comunicación masiva”, debían colaborar en la construcción de una cultura nacional y popular, contra la “penetración cultural”. Y Carlos Killian, retomando esta cuestión, la lleva al absurdo: ¿cómo hacer un dibujo de la liberación nacional con materiales de afuera?
En este clima de época, Jorge Limura plantea, unos meses más tarde, un tema clave (Imagen 2):
Carlos Killian, retomando esta cuestión, la lleva al absurdo: ¿cómo hacer un dibujo de la liberación nacional con materiales de afuera?
El valor del cuadrito.
Los dibujantes de ADA, en distintas instancias, plantearon tarifarios e insistieron en que dibujar era un trabajo. Particularmente en un año como 1974, en el que se estaba dando un pico de producción editorial como podemos observar en el gráfico, detrás del editor, con ganancias en alza. Si nos acercamos un poco más, podremos ver, incluso, las primeras letras de la editorial a la que hace referencia Limura.
Desde El Tablero se demandaba una mejor paga e incluso se aconsejaba establecer precios por bocetos y por trabajos definitivos. Como suele ocurrir hasta el día de hoy, los dibujantes se encontraban en una situación precaria. Al respecto, unos años más tarde, en el suplemento de humor T.h., Gustavo Otero (Gao) publica una viñeta sobre esta problemática. (Imagen 3).
¿Cuántos habrán renunciado al descanso por entregar una tira? ¿Cuántas veces habrán dibujado sin parar? Gao nos brinda una mirada agridulce sobre el oficio. Este personaje en la playa, con pincel en mano, tablero y con gorrito de ADA, sonríe, aunque tenga que cumplir.
La situación económica en la dictadura tampoco ayudaba. La producción de revistas decayó marcadamente durante la segunda mitad de los ?70s conjuntamente con el empleo. Es más, en varias viñetas de T.h., la crítica está dirigida al editor. En las páginas de este suplemento, se suceden señores de traje, rechonchos, despiadados y sin escrúpulos. José Satti, directamente, decide dibujar a un editor como un vampiro en espera de su víctima (Imagen 4).
Desde El Tablero se demandaba
una mejor paga e incluso se
aconsejaba establecer precios
por bocetos y por trabajos
definitivos. Como suele ocurrir
hasta el día de hoy,
los dibujantes se encontraban
en una situación precaria
Por fuera de estos cartoons, en T.h. no hay representaciones que hagan alusión al rol político del dibujante, como hizo Killian en 1974. Seguramente por la censura imperante. Por el contrario, sí podemos hallar simpáticas viñetas como la de Manuel Cativa o la de Jorge Meijide (Imágenes 5 y 6).
Con líneas claras, Cativa y Meiji publicaron chistes risueños vinculados a elementos y situaciones inocentes de la vida cotidiana del dibujante. Específicamente en el primero, lo que parecería ser una simple y entrañable reunión de personajes del
humor gráfico argentino (El Mago Fafá de Alberto Bróccoli, Hijitus de Manuel García Ferré, Mafalda de Quino y Clemente de Caloi), trasluce, en el cuadrito siguiente, el estrés de un dibujante frente al tablero.
Hasta aquí, hemos podido ver cómo diferentes miembros de la Asociación de Dibujantes de Argentina pensaron su profesión a través del humor.
Un humor hecho por y para colegas. Un humor sobre un universo compartido.
Ensimismados sobre un tablero, con una carpeta bajo el brazo. Con un lápiz o pincel en la mano.
Siempre haciendo, trabajando. De esta manera se dibujaron, hace más de cuarenta años.
(*) Luchía Arturi es Licenciada en Historia por la Universidad Torcuato Di Tella y estudiante de la maestría en Historia del Arte Argentino y Latinoamericano por la Universidad Nacional de San Martín.