Claudia Navarro y Esmeralda Ríos, dos referentes de la ilustración, nos cuentan acerca de sus trabajos, sus procesos y sus vidas
Por Leo Frino
A veces se piensa que quienes nos dedicamos a crear imágenes tenemos un don, algo propio y exclusivo de toda persona consagrada al arte. Artistas. Así nos llama el colectivo imaginario. Así nos tratan, elevándonos por el simple hecho de construir o contar con imágenes. Mucha gente así lo cree y también nos lo expresa, pero, ¿es realmente así? O... ¿es que detrás de toda esa maquinaria divina de construcción hay personas? Mujeres y hombres de a pie que narran y ponen a prueba la mirada. Personas que construyen imágenes, sí, pero también un oficio que tiene procesos llenos de pruebas, errores, aciertos, anécdotas y situaciones. Un oficio que tiene esa extrañeza de tocar emociones, porque antes hubo alguien que las sintió para poder narrarlas de forma genuina. Podemos decir, entonces, que la ilustración es el resultado final de un proceso que el ilustrador o ilustradora encaró en un momento determinado de su vida. Para comprender un poco más buscamos en las luces — y, sobre todo en las sombras— , detalles que nos permitan conocer a la persona detrás de las ilustraciones. En esta oportunidad tuve el honor de dialogar con dos mujeres referentes de la ilustración: Claudia Navarro y Esmeralda Ríos, a quienes entrevisté acerca de sus trabajos, sus procesos y sus vidas.
En nuestra charla atravesamos sus historias, conocí algunos aspectos de su trabajo y, lo más importante, quienes son las personas detrás de las ilustraciones. Ellas, mujeres de tamaño natural, generosas, hancompartido su tiempo, sus miradas y experiencias. Nos hablaron de sus vivencias utilizando la ilustración como puente. Ellas, como los universos y personajes que señala Esmeralda, siempre estuvieron ahí, y ahora, como hace Claudia al dibujar, nos queda, aún, disfrutarlas mucho, mucho más.
MADRE, ILUSTRADORA Y SABIA
¿Cómo llegaste a ser ilustradora?
Estudié la carrera de Diseño Gráfico en la UNAM. Allí teníamos algunas materias de técnicas de representación pero no había una especialidad ni orientación para dedicarse a la ilustración. Por eso egresé sin una idea clara de cómo empezar ni cómo lograrlo. Sólo sabía que quería ilustrar libros. Ahora, con las redes sociales, hay muchas opciones. Puedo llegar a más gente y mostrar mi trabajo a editoriales en el extranjero. Pero en aquél momento fue muy difícil que me dieran una oportunidad porque había muy pocas editoriales en México. Era ir y tocar la puerta para mostrar mi trabajo y que no me recibieran, era muy frustrante.
Mi primera oportunidad fue en el Museo del Niño, en la Ciudad de México. No se trataba de ilustración editorial, pero fue divertido ilustrar para juegos interactivos.
Hoy, mirándolo a la distancia y con el camino recorrido, ¿qué pensás de ese primer paso y qué significó en tu trayectoria?
Significó mucho. Me dio experiencia y herramientas para tratar con clientes. Aprendí a trabajar con materiales diversos, ya que trabajaba junto a diseñadores industriales; aprendí a trabajar en equipo; en formatos grandes; a cumplir fechas de entrega. En fin, lo recuerdo como una buena experiencia.
Dentro de esos materiales diversos con los que trabajás, ¿qué técnica te es más cómoda? ¿Te gusta experimentar?
Casi siempre utilizo técnicas tradicionales como: las acuarelas, los acrílicos, el grafito, el lápiz de color, etc. Al finalizar lo llevo al retoque digital. También disfruto tomar talleres con ilustradores que me gustan, se aprende mucho de otras maneras de ilustrar, siempre es enriquecedor.
Hablás de talleres con colegas y antes mencionaste el haber trabajado con diseñadores industriales. Estas experiencias suelen producir resultados que luego podemos aplicar en nuestro trabajo ¿Participás en alguna disciplina por fuera de la ilustración a la que te dediques o te interese?
No tengo. Llevo 21 años combinando ser mamá con mi trabajo, poco tiempo me queda para otra disciplina.
¿Cómo es la combinación de madreilustradora?
Ahora puedo verlo como una aventura pero fue una locura. Si bien ilustrar me permitió trabajar desde casa —que era algo bueno—, también fue difícil por las fechas de entrega. La verdad que no sé cómo lo logré (risas). Yo no tenía un espacio afuera para dedicarme sólo a trabajar —como quienes van a la oficina—, tenía que ingeniármelas para combinar los biberones con los pinceles. La primera oportunidad para hacer un libro de literatura —situación que busqué durante años— , fue “El duende de la Selva” de CONAFE, y a la par también me enteré que estaba embarazada de mi primera hija, así que recuerdo trabajar con todos los malestares del embarazo. Aún así logré terminar el proyecto a tiempo. No quería perder la oportunidad, pero fue complicado. Muchas veces me ponía a llorar por lo cansada que estaba. Llegué a sentirme culpable por no ir a las fiestas infantiles o los festivales porque tenía entrega. Me comparaba con otras mamás y me culpaba por no tener todo el tiempo disponible.
También aprovechaba la noche para trabajar. A las mujeres se nos exige demasiado. Yo sentía que les fallaba a mis hijos porque no lograba abarcar tanto, pero por otro lado, era lindo cuando mis hijos llevaban como plan de estudio los libros que yo había ilustrado y ellos decían: “¡¡lo hizo mi mamá!!”. Ahora, después de 21 años, ellos aman verme feliz con mi trabajo. Entonces sé que hice lo correcto.
¿Tus hijos atraviesan tu rol de madreilustradora?
Con frecuencia me dicen que mis personajes se les parecen. No lo dudo, porque de alguna manera, supongo, los veo en mis historias. Si me piden dibujar una niña, creo que tengo grabados los rasgos de mi hija. Lo hago de manera inconsciente y natural.
Y vos, ¿apareciste alguna vez en tus cuentos?
Hace un año ilustre el libro “Dance like a leaf” de Barefoot Books, que habla de una abuelita y su nieta. Es sobre la muerte y cómo abordar el tema para los niños. Me pidieron que la abuelita tuviera una profesión, la que yo quisiera, y decidí que fuera una artista plástica que pintara cuadros. Yo fui la abuelita en ese momento y pude involucrarme más con la historia.
Cuando hablás de involucrarte pienso en laempatía que debemos encontrar en los textos y entonces, esa oportunidad de contar qué fue lo que percibimos de eso que leímos y como nos gustaría contarlo. ¿Cómo te resulta la experiencia de ir descubriendo esas emociones para con todo lo que sigue: creación de personajes, ambientes, etc.?
Hay textos que cuando los leo, no creo ser la persona indicada para ilustrarlos. En esos casos prefiero decirlo. Pero hay otros que desde que los leo producen en mí muchas emociones, entonces no me importa otra cosa más que ver cómo los voy a trabajar.
¿Cómo describirías tu proceso de trabajo?
Ahora —después de mucho tiempo— puedo decir que los proyectos a los que me invitan, son más apegados a mi trabajo. Por eso no me es tan complicado y lo disfruto más. Me dan el texto, lo leo, me emociono, desarrollo los personajes, imagino el ambiente, pienso en la gama de color; luego hago muchas pruebas buscando el estilo que más le acomode a la historia y también considero de manera realista el tiempo que me dan para desarrollar el proyecto.
¿Qué tanto te condiciona el tiempo?
Cuando tomo proyectos para ilustrar libros de texto sé que los tiempos serán muy apretados. Es algo que nunca he entendido; siempre dejan al final el trabajo del ilustrador, y piensan que sábado y domingo son días laborales. Esa es la parte con la que más he batallado, pero al inicio era dónde había más oportunidad de trabajar. Ya casi no hago ese tipo de trabajos, pero sé que también me dio oficio, agilidad de resolver y en ocasiones era mejor pago que ilustrar un libro de literatura. Actualmente puedo hacer un proyecto que lleve mucho tiempo de elaboración y disfrutarlo, pero a la par necesito tomar proyectos que me den para vivir, pagar cuentas, colegiaturas y comida. Ilustrar es mi pasión pero también es la manera en la que me gano la vida. Voy en contra de esa idea romántica de que el artista vive del arte. El ilustrador también come, viste, viaja y mantiene familias, ¿por qué tendríamos que trabajar por menos?
Hablando de ganarse la vida, reflexiono sobre las convocatorias a concursos. Si bien no todas las personas que participan logran el premio, pueden dejar alguna ganancia. ¿Qué pensás sobre eso? ¿Creés que son útiles?
Claro. Cuando empecé, quedar en catálogos de ilustración me dio la oportunidad de que conocieran mi trabajo. No creo que sea el único medio pero es una excelente forma de darse a conocer. Frente a un concurso tratamos de dar lo mejor, es un buen ejercicio.
Cuando decís que es un buen ejercicio, ¿a qué te referís?
Al ser un concurso tienes que enfocarte en hacer una secuencia, estudiar bien qué hacer, pensar en un tema, reinventarte. Trabajar sin un encargo ni una dirección precisa es ver qué puedes ofrecer. Por eso pienso que es un buen ejercicio para practicar nuevas técnicas. No importa el resultado. Uno lo intenta y seguro queda una experiencia.
Experiencia que luego puede aprovecharse cuando sí haya un encargo con una dirección precisa. ¿Cómo es tu relación con los editores?
Me gusta mucho trabajar con editores que creen en mi trabajo y aprendo mucho de ellos. Tienen la capacidad de ver cosas que yo no veo, y hacen que dé mi máximo esfuerzo.
¿Tuviste algún encargo que te haya resultado difícil o complicado de encarar?
Me pasaba al principio cuando quería hacer de todo y me metía en líos al querer ilustrar en proyectos que no tenían nada que ver con lo que yo sabía hacer. Ahora, cada vez que me invitan a hacer estilos diferentes al mío —por ejemplo realistas— ya no lo acepto porque no lo hago bien. Prefiero decir que no. Ya conozco mis fortalezas y también mis debilidades, y prefiero no participar.
Y en esos principios donde sí aceptabas, ¿qué pasaba?
Terminaba mal, el trabajo no era bueno, no lo sabía hacer, me angustiaba quedar mal y me preocupaba la idea de que si decía que no lo hacía no me volverían a llamar. Y al final no me volvían a hablar porque el trabajo quedaba mal. Entendí que era importante ser honesto y realista con lo que uno puede o no hacer.
Tu consejo sería privilegiar tus habilidades y no forzar lo que no podés hacer. ¿Podría eso (decir que si cuando debía ser no) perjudicarte a nivel profesional?
Creo que nadie experimenta en cabeza ajena y es el camino lo que a uno le enseña cómo trabajar. Recuerdo escuchar a ilustradores reconocidos decir que si hacías un mal trabajo podrías no volver a trabajar, porque quedaba ahí registrado como una mancha en tu historial; y eso no es cierto. Como cualquier persona, uno comete errores, aprende de eso y sigues picando piedra. Habrá siempre gente a la que le guste lo que haces y a otros que no. Es muy subjetivo, y eso no determina nada. No me arrepiento de haberlo hecho ya que con eso aprendí a conocer mis habilidades y ahora sé cuándo es un si o cuando un no. Lo que intento decir es que no existe un manual, hay que vivir las cosas, y seguir caminando.
Desde tu mirada, ¿qué debería tener en cuenta o a qué debería prestarle atención quien se dedica a esta profesión?
A generar su propia voz, observar más, leer más, vivir más. Creo que la obra de un ilustrador es el reflejo de su mundo interior.
¿Ves diferencia en el terreno profesional entre ilustradores e ilustradoras?
Hasta ahora no me he enfrentado a un problema por discriminación de género, lo que si me doy cuenta es que a los ilustradores se les da una jerarquía, un respeto cuando van envejeciendo; cosa que no ocurre con las ilustradoras. Me ha tocado escuchar términos como “la viejita”, “las señoras”, sin dar el mismo reconocimiento por su trayectoria. Yo he querido levantar la voz en ese sentido, ya que es importante reconocer el trabajo de tantas ilustradoras que fueron quedando olvidadas.
¿Qué debería ocurrir para que esto cambie tanto en lo concreto como en el imaginario colectivo?
Reconocer el trabajo, dar el mismo respeto. Alguna vez me tocó escuchar a una ilustradora decir que no decía su edad por temor a que ya no le hablaran. Eso, creo, tiene que cambiar. ¿Por qué no se escucha eso cuando de ilustradores se trata? Esas costumbres, como dices, tienen que cambiar. Sigo pensando que a las mujeres se les exige de más; y siguen poniendo su edad como un valor, como un plus, y eso es injusto por donde quiera que se vea. Todos envejecemos, hombres y mujeres por igual, y si de valor se trata, pues con más razón, una mujer se vuelve más sabia con la edad.
¿Sentís que es necesario agruparse o estar en contacto con colegas del mismo género?
Aquí en México he visto la formación de grupos de ilustradoras como el colectivo “Sociedad de tinta”, que son mujeres muy talentosas que trabajan por la igualdad laboral y buscan espacios para proponer proyectos. Yo no pertenezco a ninguno, pero sigo de cerca las propuestas de estos grupos porque abren espacios de diálogo, proponen cosas, proyectos, me gusta lo que hacen.
Hablamos de colectivos mexicanos y, ya que nos situamos en suelo azteca, aprovecho para notar lo colorido del arte mexicano y preguntarte acerca de tu paleta de colores.
Recuerdo mucho un taller que dieron en la feria del libro en Ciudad de México, hace ya algunos años. Venían ilustradores y editores europeos, fue una increíble experiencia, pero ahí me sentí confundida en cuanto a la aplicación del color. Decían que eran muy fuertes y hablaban de la economía del color. Si bien me gustó aprender, me quedé años reflexionando sobre los colores de México. Estamos rodeados de color, y eso también nos da identidad. Uno ilustra desde lo que ve, huele, siente; de nuestras experiencias de vida. Ya no le tengo miedo al color, eso me gusta.
En una charla en las JJPP de la Feria de Buenos Aires, mencionaban esto de observar y, a veces, tomar elementos de ilustradores pero que, en ese hacer, terminamos ilustrando cosas ajenas a nuestro entorno. Es muy importante esto que mencionás de la identidad e ilustrar desde la propia experiencia, ¿cómo observás la ilustración latinoamericana? ¿Creés que hay voces o lenguajes propios en la región?
Yo creo que la ilustración no tiene fronteras. Hay muchísimo talento y grandes ilustradores en Latinoamérica, pero honestamente no me fijo mucho en qué es mejor o qué me gusta más. Veo el trabajo en general, no importa de dónde sea. Lo que sí puedo ver en todos estos años es que hay modas, estilos que son más característicos de una época determinada, y —aunque está bien— creo que es un peligro hacer lo que hacen todos, porque siempre vendrán nuevas propuestas y el trabajo se verá pasado de moda. Yo tengo algunos catálogos de ilustradores de los años 90, y lo que en ese momento era lo novedoso ahora se ve antiguo. Esta es una apreciación personal.
¿Tenés algún proyecto o encargo al que le guardás un cariño especial? ¿Por qué?
Hace dos años me invitaron a ilustrar el libro “El Velo de Helena” de María García Esperón, para ediciones el Naranjo. Es de los proyectos que más me han gustado. Me costó mucho trabajo ya que me sacó de mi zona de confort. Tenía que ilustrar una novela juvenil, cosa que yo no hacía, pero además me llevó meses de mucho trabajo en los que aprendí muchísimo. El libro quedó seleccionado entre los 20 ganadores del premio Fundación Cuatrogatos.
Imagino que debe haber sido doble la alegría luego de un proceso de trabajo tan costoso ¿Cómo fue la experiencia de salir de tu zona de confort?
Llevo muchos años haciendo ilustración infantil. En esa ocasión el proyecto era una novela juvenil en blanco y negro, cosa que también me implicó experimentar mucho, ya que siempre trabajo con color. Hice muchas pruebas de estilo, en tinta, grafito y digital. La editora estaba convencida de todo lo que yo hacía. Cada vez que le presentaba una idea nueva me decía que no. Se volvió un reto para mí saber qué hacer. Cuando finalmente encontré la propuesta indicada y la editora quedó satisfecha, el trabajo fluyó y la sensación de ver el resultado final fue maravillosa para mí. No sabía que yo podía lograr eso y, creo que crecí mucho profesionalmente con esa experiencia.
Tantas ilustraciones que han pasado, y así todo, los desafíos siguen estando ¿qué es lo que más te gusta de ser ilustradora?
Es mi pasión, es lo que más disfruto hacer. Siempre he creído que dibujar me permite disfrutar de los mejores momentos y me salva en los peores.
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“LAS SOMBRAS NOS DEFINEN”
Muchas veces se escucha decir que dibujamos desde nuestra infancia y que por ello, ilustrar nos permite volver a esa etapa y jugar mientras trabajamos, ¿creés que es así? ¿Tenés algún recuerdo de tu infancia relacionado al dibujo?
Con riesgo de caer en el cliché, debo evocar la ocasión en que dibujé con crayolas sobre el tapiz de los pasillos de la casa de mis papás. Tendría unos cuatro o cinco años cuando realicé una simpática narración fantástica con mis padres y hermanos como coprotagonistas. Ahora me río al recordar la expresión de mi mamá al encontrarse con esa “tremenda obra de arte” y las horas que dedicamos a intentar sacarla con un trapo. Hoy en día no me meto tanto en el campo del arte mural, pero la narrativa y el dibujo ya quedaban manifiestos.
¿Cómo llegaste a ser ilustradora?
Creo que se dio de manera natural. Desde muy
pequeña siento fascinación por los libros y por el dibujo. Eso me llevó a la Escuela Nacional de Artes Plásticas con la idea de aprender animación, pero en el medio, conocí el proceso de edición de libros y esa fascinación tomó forma automáticamente.
¿Existen opciones por fuera de la ilustración a las que te dediques? ¿Tenés intereses que complementen tu trabajo como ilustradora?
La escritura. Hace algunos años estudié en la Sociedad General de Escritores de México, incluso tengo una novela publicada y otras aún en el cajón. Ambas profesiones, ilustración y escritura, me sirven para el mismo fin: narrar. Luego, la historia elige el medio. Mi interés principal está en el concepto y los mecanismos narrativos más que en la forma. De hecho, si tuviera que definirme con una sola palabra, seguramente sería narradora. En este sentido también estudié animación cinematográfica aunque, por sus procesos, es algo que queda un poco más lejos de mis posibilidades.
¿Qué técnica usás para narrar visualmente?
Tengo etapas. Cuando comencé a ilustrar profesionalmente me encantaba probar con técnicas tridimensionales (materiales reciclados, collage, modelado en arcilla o polímeros), seguro derivadas de mi interés por el stop motion. Actualmente —y desde hace ya varios años— me he encontrado en el grafito y el color digital; y la mancha de acuarela, que me parece muy expresiva e íntima ya que manifiesta en el pulso del ilustrador su latido en la irregularidad del trazo.
¿Sobre qué te gusta ilustrar?
Conejos. Conejos y hadas. Pienso en la ilustración como un proceso mágico en el que vamos descubriendo personajes que habitan los distintos soportes. Por alguna razón, en mis libretas siempre pueblan criaturas así.
La ilustración nos permite crear y generar cosas o situaciones que muchas veces no existen como tales, ¿cómo llegás a encontrar todo eso que antes no veías?
Aquí se vale aplicar el famoso pacto ficcional, ese que se establece entre escritor y lector. Pero siento que se trata de pactar con el universo: Yo me creo las situaciones fantásticas que me pone enfrente, es decir, hay que estar a abiertos a la premisa de que todo es posible. Luego todo es trabajo, seguir el instinto y comenzar a arrojar trazos en el lienzo. Lo hago de manera casi inconsciente, como viendo qué sucede, sin pensarlo demasiado. Un trazo, luego otro, poco a poco van tomando forma. Para mí ese es el momento en que trato de conectar pensamiento-ficción/realidad-mano. Entonces sí que me vuelvo racional y toca ordenar esas intuiciones
en la composición final.
¿Qué podés decirnos sobre el proceso de trabajo?
Pienso que cada encargo tiene sus particularidades, dependiendo del tipo que sea (libro de texto, álbum, libro ilustrado, cartel, etc.) y el tiempo que se tenga para realizarlo. Aunque sigo una cierta metodología, el proceso es un poco distinto con cada uno. Según lo que me detone el tema puedo ver el texto como una simple espectadora o como si yo misma fuese un personaje que interactúa en el soporte.
Los soportes, ¿qué función cumplen?
El soporte me parece vital para definir una ilustración, incluso puede ser el que detone o guíe la narrativa misma. Un ejemplo tangible sería el arte mural (que no practico en realidad pero funciona bien). Una grieta en el muro puede ser la entrada a un universo completo, es parte de la composición, no algo ajeno a ella.
Son recursos con los que contamos durante todo el proceso creativo. ¿Dónde podemos obtener más recursos de este estilo?
En el caso de los soportes editoriales todo aquello que está fuera del mismo lienzo es un elemento más que nos cuenta algo y sugiere al lector nuevas preguntas, ¿qué ocurre allí afuera? La búsqueda de inspiración y referentes siempre está presente, ya sea mediante un paseo por el bosque, por mi biblioteca o por la jungla que es internet. Algunas veces la línea define las formas que están en mi cabeza, y otras, esa búsqueda es más “escultórica”, como si quitara fragmentos de grafito o color para ir encontrando las formas.
¿Algo importante para destacar en esta instancia del proceso?
Mirar en las sombras, pues nos dicen mucho del sujeto/objeto que tenemos enfrente. No sólo de sus características físicas y atributos como volumen y constitución, sino, y principalmente, de su esencia. De cierta manera pienso que las sombras nos dibujan.
Las sombras suelen asociarse con poco color, ¿mantenés esa tendencia en tu paleta de colores?
Pienso que a la paleta la define el proyecto, pero cuando se trata de mi trabajo personal no puedo evitar combinar los grises del grafito con turquesa y tonos rojos. Trato de encontrar la armonía en la reducción de elementos gráficos y cromáticos.
Entonces, vas sacando volumen para encontrar las formas y encontrás armonía en pocos elementos. Me viene a la mente la conocida expresión “menos es más”. ¿Qué reflexión tenés sobre ella?
¡Uy! Has dado en el clavo. Considero que mi trabajo gira en torno a esta máxima del diseño. Pienso que podemos transmitir mucho más con menos distractores. Se puede ser más contundente con una composición minimalista que con una barroca: la primera es un golpe de flecha, la segunda es un recorrido en auto por una carretera llena de curvas y baches (cada una tiene lo suyo, desde luego). Para mí, cada elemento debe tener un significado, estar ahí por alguna razón. Además, con menos elementos, hay más posibilidades de dejar huecos al lector/espectador que este podrá rellenar con su propia visión y experiencia. Me gusta pensar en la ilustración como un diálogo más que un discurso.
Tuviste a tu cargo, la imagen de la colección Carteles por la No Violencia contra las Mujeres, de la Bienal Internacional del Cartel en México. Si hablamos de diálogos, éste era uno de esos difíciles de lograr. ¿Cómo fue esa experiencia?
Confieso que me costó muchísimo la resolución, y aunque me gustó el resultado siento que me quedé corta, justo porque para mí era muy importante no caer en lo gráfico y literal de la violencia que pudiera provocar morbo más que una reflexión profunda. Hice un listado de todas las formas de violencia que sufrimos las mujeres, ya que el encargo era muy abierto, y seleccioné la que me pareció que tenía más puntos de encuentro con el segundo tema comisionado por la Bienal (el puma como una especie en peligro). Viéndolo de esa manera la respuesta era evidente: la mujer y el puma como objeto/sujeto de caza. Después fue darle vueltas a la composición en torno a esa idea me parece que no estuvo tan mal resuelto. Disfruté y sufrí el proceso al mismo tiempo, quizá por sentir una responsabilidad especial, un compromiso y solidaridad con todas las mujeres que sufren violencia de cualquier tipo. No quería fallarles.
Respecto a este tema, en el último tiempo a nivel global el colectivo de mujeres ha visibilizado varias luchas tanto a nivel social como profesional ¿Creés que existen diferencias entre ilustradores e ilustradoras?
En mi visión, aunque el medio de la ilustración es un tanto más imparcial que otros gremios artísticos, siguen existiendo diferencias entre ilustradores e ilustradoras. Cuando menos en México se tiende a pensar en el ilustrador como “El maestro” y en la ilustradora como alguien profesional, sí, pero no con un título rimbombante. Hasta una fecha muy reciente, los apoyos estatales eran repartidos de manera muy desigual, siendo los ilustradores quienes se hacían con estos en un porcentaje abrumador.
¿Hay alguna experiencia o situación particular que hayas vivido desde tu rol de mujer ilustradora?
Tengo en mente dos experiencias en particular: La primera fue una junta a la que acudí con una editorial pequeña. Se trataba de un proyecto de cuentos ilustrados infantiles. A la cita asistieron también un contador, un diseñador, un abogado y el editor. Fui la única mujer. Durante toda la charla entre ellos se llamaban por sus “títulos nobiliarios”, el licenciado tal, el señor tal, el maestro, pero a mí me llamaban por el diminutivo de mi nombre, Esme (el cual me agrada pero no en el contexto), y peor aún, el editor hasta se atrevió a referirse a mí como “Corazón” o “Azuquitar”, claro, porque era de cariño. Fue muy desagradable, ni siquiera los conocía. No volví. La segunda fue una exposición colectiva de mujeres en la que participé, justo para conmemorar el Día de la Mujer, poco antes de que iniciara la pandemia. Se presentó en las Rejas de Chapultepec, fue un evento organizado por el Gobierno de la Ciudad. Durante la inauguración caímos en cuenta de que ningún colega varón había acudido al evento. Ni uno solo a pesar de la gran difusión que se hizo. Días antes se habían realizado otras presentaciones, de libros, de exposiciones de colegas ilustradores; varias ilustradoras asistimos en señal de apoyo, pero ningún ilustrador asistió a una muestra de puras ilustradoras.
¿Sentís que es necesario agruparse o estar en contacto con colegas del mismo género?
Hace ya algunos años, junto con varias ilustradoras, formamos el grupo Ilustradoras Mexicanas, que desafortunadamente duró poco tiempo. Sin embargo, no estoy muy a favor de agruparnos entre colegas mujeres. La razón de mi reticencia es porque no creo que la división por géneros aporte a la lucha por la igualdad; hasta cierto punto me parece contradictoria. Desde mi perspectiva, sólo informando y sensibilizando en conjunto podremos lograr avances reales que nos beneficien como gremio y como sociedad.
Informar, hablar, expresar, debatir, ¿considerás que hay temas sobre los cuales no está bueno ilustrar o pensás que, por el contrario, todo puede ser ilustrado?
Para mí ningún tema debería ser prohibido y, claro, debemos hacernos responsables de lo que hacemos. A mis estudiantes, salvo que el objetivo sea denigrar a cualquier persona o ser vivo, les doy total libertad temática a la hora de trabajar en la producción de sus investigaciones o sus narrativas gráficas.
Volviendo a las narraciones gráficas, personalmente, me siento más cómodo ilustrando sobre animales que sobre personas. Por eso trato de que los personajes secundarios o los detalles sean con animales ¿Tuviste algún encargo que te haya resultado difícil o complicado encarar por situaciones de este estilo? ¿Cómo lo resolviste?
No me viene a la mente un proyecto en particular, sino más bien tipos de encargos. Por ejemplo, confieso que a pesar de dedicarme a la ilustración de libro de texto durante muchos años, sigue siendo un lugar en el que no me siento cómoda. Me cuesta mucho ceñirme a los entornos que ahí se plantean, generalmente apegados a las aulas escolares. Para encarar estos proyectos intento meter elementos que me hagan sentir que hay un poco de fantasía en ellos: algún personaje (mascota, peluche, objeto animado), que funcione como un hilo conductor entre cada viñeta y que pueda pasar un tanto desapercibido. Otra cosa que me funciona es utilizar técnicas que me permitan explorar aspectos a emplear en mis propios proyectos, de esa manera siento que avanzo también en ellos.
Hablando de proyectos personales, ¿creés que los concursos sirven para este tipo de proyectos?
Totalmente. Tenemos, por lo general, libertad absoluta en cuanto a temática, técnica, formato. Más se trata de una libertad limitada temporalmente, lo que nos obliga a aterrizar ideas en el lienzo y no dejarlas perderse en nuestras cabezas. En mi experiencia, son un lugar seguro para probar cosas que me interesan. Incluso he obtenido más trabajo por lo que hay en mi portafolio de experimentación personal para concursos que de lo que he hecho por encargo. Pienso que la clave está en intentar convencerse a una misma (o) y no a un jurado. Una selección o un premio debería ser consecuencia, no meta.
Esa total libertad que en los encargos suele no estar...
Bueno, a veces sí. Me tocó ilustrar “Luna y Tomás”, con texto de la escritora argentina Laura Escudero Tobler, un libro al que le tengo un cariño especial por varios motivos. Entre ellos, debo destacar lo que decía, la libertad estilística que me dio la editorial, el lindísimo texto de Laura, y otro aspecto de índole mucho más personal: Luna, la protagonista, es una niña que ama los peces y el mar; Tomás un niño que adora los coches de juguetes y el desierto. Por ello, usé como inspiración para la niña a mi madre, quien amaba los peces… y para el protagonista a mi sobrino, quien tiene una amplia colección de carritos. Como un plus, estas ilustraciones han tenido una linda recepción, apareciendo en catálogos y exhibiciones en países como Argentina, Serbia y Bratislava. Fue un libro que me ayudó a crecer técnica, profesional y personalmente.
Hoy en día, con el camino recorrido, ¿qué es lo que más te gusta de ser ilustradora?
La conexión con el otro, el espectador coautor. El acto de sugerir universos y a su vez alimentarme de todo lo que me rodea; encontrar personajes e historias y sacarlas de esos lugares que habitan para poder conocerlos mejor.