El legado de un grande

Oswal

Docente, autor integral y dibujante de excelencia, Oswal se ha convertido en un referente de la historieta argentina. Con hermosas anécdotas, recuerdos y un vasto recorrido por sus trabajos, el dibujante y guionista Oscar Capristo nos cuenta fascinantes detalles de la vida de su querido maestro.

Estábamos en Pertutti, una confitería y pizzeria de Quilmes en donde hoy funciona un local de Mostaza. No recuerdo en qué año fue, pero sí que ocupábamos una mesa de cuatro situada junto al ventanal que daba a la calle Rivadavia, y que tomábamos café. Yo hablaba con Fabián Gordillo y Oswal hablaba con mi hijo Lautaro. Parecía un Jedi apurado por pasarle consejos a un joven Padawan. Más entretenido en mi charla con Fabi, que respetuoso por la intimidad de una conversación ajena, me mantenía al margen de esos consejos. Esto fue así hasta que vimos a Oswal gesticular de manera extraña bajo la mirada atenta de Lautaro. Algo así decía: “Tenía sed a media noche, o más bien de madrugada. Me levanté despacito para no despertar a mi esposa y fui —con frio—, a la cocina. Saqué una botella de agua de la heladera, busqué un vaso en la alacena y sin hacer ruido —y a oscuras— me serví agua helada. Por torpeza llené demasiado el vaso, hasta casi desbordarse. Solo la tensión dinámica permitió que la superficie del líquido se arqueara en una panza fuera de los límites del cristal y no se derramara”.

A esta altura ya estábamos los tres pendientes del relato de Osvaldo (el verdadero nombre de Oswal era Osvaldo Walter Viola). Fabi y yo —los dos más viejos— ya conocíamos el paño y sabíamos que estas anécdotas siempre eran parábolas o enseñanzas encriptadas. Y continuó:

—Para no hacer un enchastre acerqué la boca al vaso y empecé a beber con la lengua como un perro… o como un lobo. Era una fiera bebiendo agua helada en un riachuelo de montaña que corría rumoroso entre los árboles del bosque y temblaba de frío y ansiedad en la oscuridad. Escuchaba los sonidos de la espesura mientras sentía el agua helada enfriarme el hocico y bajar por mi garganta. Estaba atento a cualquier peligro que lo salvaje me deparara. Pero mientras tanto bebía. Bebía agua helada y pura. Agua salvaje, para mi sed salvaje y mis instintos de criatura primaria...

—¿Y entonces? —pregunté.

—Entonces mi señora me llamó desde el dormitorio: “¿Qué haces Uvi? Vení a acostarte pronto, no tomes frío”.

Intenté protestar ante lo extremadamente críptico del relato pero me interrumpió comentando sobre lo que veníamos hablando con Fabián:

—Estás demasiado preocupado por el dibujo. Eso no importa en la historieta. Y dejá de dibujar guiones de otros. Tenés que ser autor.

Luego volvió a su charla con Lautaro.

Sobre Oswal

Osvaldo Walter Viola nació el 1 de noviembre de 1935 y falleció el 13 de febrero de 2015. “Oswal” nació el día en el que el adolescente Osvaldo Walter Viola fue a pagar la cuota mensual a la escuela donde estudiaba historieta por correspondencia. Se había olvidado su carnet de alumno y cuando le preguntaron su nombre respondió: Viola. “Tenemos tres Viola”, sentenció el administrativo de la escuela (al que siempre imaginé gordo y pelado) y eso fue suficiente para que Osvaldo se convirtiera en Oswal de por vida.

Si bien se definía como autodidacta, recordaba siempre a aquellos maestros que había tenido en esa primera escuela de dibujo por correspondencia —Escuela Argentina de dibujo, más adelante Continental School— y en los talleres de Estímulo de Bellas Artes. Recordaba especialmente el taller de Jean José, un francés que había refinado las bases que el joven Viola ya había construido. Le había enseñado sobre la magia en la correspondencia entre las formas cóncavas y convexas. A su teoría José la llamaba “teoguía del pogoto” como Oswal recordaba con una sonrisa.

Oswal comenzó a trabajar como ilustrador en revistas femeninas y familiares; y luego lo hizo como animador (y hombre orquesta) en un estudio donde era socio de Divito y de Ypselos Naboulet. Allí hacían dibujos animados para publicidad.

A fines de la década del 50 publicó sus primeros trabajos en historieta: las tiras gauchescas Pablo Güeya y Hernán, el hermano de Pablo, se publicaron en El Correo de la Tarde —diario perteneciente a Francisco Manrique, un Capitán retirado devenido en político—. Al año siguiente ingresó a Editorial Frontera, donde dibujó algunos episodios de Ernie Pike. Pero La editorial de Oesterheld ya estaba en retirada y Osvaldo aún era muy inexperto.

También tuvo un paso por la editorial Universo de Dante Quinterno y por la editorial Columba, pero el régimen dictatorial de esas casas editoriales no conjugaba con el espíritu libre del joven Oswal.

En 1965 se incorporó como historietista en Anteojito —la editorial de García Ferré—  y realizó dos adaptaciones de obras literarias clásicas a la historieta: David Copperfield de Charles Dickens y Robinson Crusoe de Daniel Defoe. Ambas a la usanza tradicional de las grandes adaptaciones de José Luis Salinas, Emilio Cortinas, Dino Battaglia y Bruno Premiani en la revista Patoruzito. Un año después García Ferré le pidió que creara un superhéroe. Osvaldo creía recordar —aunque no estaba muy seguro— que Ferré había intentado conseguir los derechos de Batman pero la editorial Columba le había ganado de mano. En esa pugna Oswal tuvo la primera gran oportunidad de su carrera y, a pesar de no ser un simpatizante del género superheroico, la tentación de tener una serie propia lo llevó a aceptar.

Así nació Sónoman, el superhéroe más importante de la historieta argentina que Oswal realizó como autor integral durante 10 años en la editorial de García Ferré —y que tuvo otros renacimientos a lo largo de su vida como las siguientes etapas: comicbook propio, Humi, segunda vuelta con García Ferré, el diario infantil la Hojita y las recopilaciones de La Flor—. Sónoman —y no su autor— también recibió un homenaje por parte de Soda Stereo, así como varios intentos de ser convertido en dibujo animado.

Así nació Sónoman, el superhéroe más importante de la historieta argentina

que Oswal realizó como autor integral durante 10 años

en la editorial de García Ferré.

Acerca de Sónoman

Sónoman, como ya he dicho, es un personaje nacido en plena batmania; en el momento exacto en el que la serie televisiva de Batman —de Adam West— redefinía la imagen del encapuchado y la dotaba de un aura pop que manchó la historieta en general hasta que Frank Miller lo redibujó. En ese contexto pop, Oswal creó un personaje clave para las generaciones venideras de artistas nacionales. El estilo del grafismo estaba  emparentado con el de Frank Robbins (en Johnny Hazard); con el de Milton Caniff; con el expresionismo narrativo de Will Eisner; pero también con el grafismo de las primeras tiras de prensa. Una indescriptible Crazy Kat sobrevuela toda su obra.

La influencia de Súperman y Batman es visible en las primeras entregas de Sonoman. Él es el alter ego de un joven millonario: León Hamilton III y su viejo mayordomo Jasper —similar a Batman y su fiel Alfred—. Pero esa personalidad oculta se eclipsó y desapareció para siempre. Osvaldo me contó que planeaba hacer una novela gráfica con la historia de León Hamilton III —después de que se separara de Sónoman—, pero nunca llegó a hacerla.

Sónoman también se separó de esa copia original del superhombre de Joe Shuster y Jerry Siegel. Pronto se sumaron personajes secundarios y villanos que —lejos de ser comparsas, coro griego o antagonistas— se convirtieron en la parte más interesante de la historia. Así como Spirit —de Will Eisner— terminó siendo un presentador y un padrino de otros relatos, Sónoman se tornó el antagonista de la historia. El gran elenco que Oswal creó para su historieta se repite a lo largo de las aventuras y a veces reaparece en otras series como Mascarin, o en episodios unitarios. Se percibe en el trabajo una devoción por la aventura pura, por los cómics de la Golden Age y su universo colorido. Existe amor por el relato, por el cuento de remate rápido y a la vez elaborado. Oswal era un gran conocedor de los clásicos de la historieta mundial. No sólo los había leído sino que los había estudiado. Él los llamaba: “maestros silenciosos”.

En 1974 comenzó a colaborar con Ediciones Record y a dar clases en la Escuela Municipal de Bellas Artes Carlos Morel, en Quilmes. Fue un buen año. En la revista Skorpio —de Ediciones Record— creó junto a Ray Collins el personaje epónimo. En el segundo episodio se hizo cargo también de los guiones. En esa serie Carlos Altamirano lo ayudó con las tintas. De esa época es alguna serie con Alfredo Grassi, con Carlos Trillo, y mucho trabajo con guiones de episodios unitarios.

Oswal era un gran conocedor de los clásicos de la historieta mundial.

No sólo los había leído sino que los había estudiado.

Él los llamaba: “maestros silenciosos”.

El espíritu del Mascarín

 

En el año 1975 Ediciones de la Urraca publicó dos números de la revista Sónoman, un comic book realizado íntegramente por Oswal. En cada número había historias, notas, secciones e ilustraciones. La publicación era un producto perfecto pero tuvo que cerrar tempranamente a causa de una de las tantas crisis económicas que tuvimos en el país por aquellos tiempos. Ese mismo año, Andrés Cascioli y Oskar Blotta crearon la revista Chaupinela e invitaron a Oswal a colaborar. Allí publicó 15 episodios de otro personaje realizado íntegramente por él: El Espíritu de Mascarín. Este era un personaje más que atípico. Las características de este trabajo convirtieron a la serie en una gran novedad:

1. El personaje no tenía imagen. Era un metamorfo que podía tomar la forma de cualquier humano que quisiera copiar. Sus intervenciones eran para obtener pequeños actos de justicia que lograba a través de su poder. Era un justiciero y un superhéroe, pero no conocíamos su aspecto —Oswal tampoco, y se había n egado a inventarlo—. Otro personaje de historietas de Oswal que no tenía imagen fue Nisbi, una mujer invisible.

2. Él utilizaba toda su caja de herramientas expresivas y era un autor joven y maduro que estaba en la cresta de su carrera. Todos los lenguajes del cómic estaban a su alcance. Luego de diez años de escribir, dibujar y experimentar con Sónoman, tenía un estilo único que lo convirtió en nuestro clásico más moderno.

 3. El espíritu del Mascarín era un cuento. Osvaldo decía: “es allí donde me convierto definitivamente en un hombre de la literatura”. Cada episodio de dos páginas  tenía al menos 40 cuadritos —aproximadamente 20 cuadros por página—. Esta misma técnica de los 20 cuadros por página la usaba también en Sónoman. Así, cada cuadro muestra lo necesario, y lo necesario se convierte en sagrado. La etapa argentina de Oswal se terminó con Mascarín.

A pesar de ser autor integral también  dibujó los  guiones de los mejores:

Oesterheld, Trillo, Grassi, Barreiro, Albiac,  Morhain, Dalmiro Sáenz, Ray Collins, Yaqui, Sánchez Abuli, entre otros.

La etapa Eura

 

La visibilidad adquirida en su trabajo para la editorial argentina Record, hizo que fuera convocado a trabajar para la editorial italiana Eura. Allí, comenzó a colaborar con textos de guionistas y luego escribió sus propios guiones. Este es un punto aparte que otro investigador más avezado deberá explorar.

A pesar de ser autor integral también dibujó los guiones de los mejores: Héctor Germán Oesterheld, Carlos Trillo, Alfredo Grassi, Ricardo Barreiro, Carlos Cátulo Albiac, Jorge Claudio Morhain, Dalmiro Sáenz, Ray Collins, Yaqui, Enrique Sánchez Abuli, entre otros.

Su paso por Eura le permitió llegar a la editorial Norma de España. Allí publicó la serie Mark Kane con guión de Linton Howard; Big Rag, con guiones de Carlos Albiac; y Consummatum Est, con guiones de Yaqui (Patricio Mc Gough). Increíblemente, en España fue más querido —por editores, críticos y lectores— que aquí. 

 

 

Consummatum est

 

La serie Consummatum est contaba con historias originales, todos relatos de un gran amigo de Osvaldo: el poeta e historietista Patricio Mc Gough. Patricio era autor de una tira diaria de temática histórica para el diario La Nación. Además escribía textos en formato de cuento para Oswal, quien luego transformaba esas narraciones en guiones y los dibujaba.

La serie de episodios unitarios relata historias dramáticas y humanas, cada una en un momento de la historia de la humanidad. Fue publicada en blanco y negro; y luego en color en la revista Cimoc y editorial Norma de España. Recuerdo haber visto en el estudio de Osvaldo una maqueta de cartón gris —que ocupaba toda la mesa— de la casa del alquimista; y para el episodio de los druidas vi la historieta completa dibujada a tamaño original, con lápices de colores, en papel gris de almacén  —ese que se usaba para envolver el fiambre y el azúcar—. Todo estudio era poco para Oswal. Cada episodio de esta serie es una joya.

El lenguaje del cómic

 

Algunos autores —aún algunos grandes autores— conciben a la historieta como una mixtura de dos formas de arte mayor: la literatura y la plástica. Oswal por el contrario, se explayó en las convenciones del medio, exploró sus fronteras más periféricas y creó nuevas formas de narrativa gráfica. El dominio de la belleza netamente historietistica está en toda la obra de Oswal desde los primeros Sónoman —donde la exploración es aprendizaje— hasta Re póker de damas, la novela gráfica escrita por Enrique Sánchez Abulí y que quedó inconclusa a su muerte. Oswal fue un gran artista y un autor con todas las letras; pero además fue un obrero laborioso del dibujo profesional. Muchas veces, cuando la tarea de artista gráfico y narrador se cortaba, Osvaldo era requerido por sus habilidades de dibujante profesional. Él fue dibujante publicitario; hizo story board; caligrafía; ilustró tapas de libros; ilustró en revistas; hizo historietas para televisión; e ilustró un montón de cursos por correspondencia. Una bibliografía completa de Oswal y un análisis complejo de cada obra es una tarea pendiente para la ilustración argentina.

 

 

Fin de fiesta

 

Recuerdo una clase de Dibujo  —en la carrera de Dibujo Publicitario— en la escuela de Bellas Artes Carlos Morel de Quilmes. Habíamos decepcionado a Osvaldo de mil maneras nuevas: no podíamos entender y el dibujo se nos escapaba. Mal, muy, muy mal. La técnica es trabajosa de aprender, pero mucho más trabajoso era tratar de entender lo que explicaba Oswal. Se trataba de una visión compleja y actoral del grafismo, la estructura y el clima. Cuando sonó el timbre del recreo respiramos aliviados porque necesitábamos algo que cortara la tensión que había provocado el esfuerzo. Oswal salió primero, cabizbajo, y se fue al bar de “Edu” en la planta baja de la escuela. Allí se quedó en silencio tomando un café. Cuando terminó la pausa volvimos aliviados, distendidos y dispuestos a hacer un esfuerzo más. Era viernes y restaban sólo dos horas para el timbre de salida. Oswal entró último y eso era raro. Nunca era el primero en irse y siempre era el primero en volver. Esa noche entró serio y pensativo. Caminó hasta el fondo del aula 3 y se quedó en silencio mirando el pizarrón. Los murmullos de los alumnos se fueron silenciando. De repente tiró una tiza que estalló en el pizarrón dejando una marca en la superficie verde botella. No estaba enojado. Lucía tan calmo como siempre. Entonces caminó lenta y teatralmente hasta el pizarrón y nos dijo: “Volvamos a empezar, pero esta vez desde el principio. Les presento al punto”.

Cada vez que no doy pie con bola frente al tablero recuerdo que volver hasta las raíces más profundas no es una mala idea… tal vez hasta el punto.

OSCAR CAPRISTO

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