Presentada como una “escuela atelier, con grandes profesores-profesionales”, se embebió de los modelos de las escuelas de artes y oficios en el siglo XIX de la Bahuaus en Alemania y, sobre todo, de la Schule Reimann, que funcionó en Berlín desde 1902 hasta avanzada la Segunda Guerra Mundial.
Por Judith Gociol
"Aquí se aprende a dibujar” asegura un folleto en el que Carlos Garaycochea delineó el edificio y el entorno de la Escuela Panamericana de Arte (EPA) en su histórica sede de la calle San José 715, en Buenos Aires.
Las décadas de 1950 y 1960 fueron los momentos más emblemáticos de esta institución que dictaba clases presenciales y por correspondencia y que a través de su famoso –valga el término– Curso de los Famosos Artistas, prometía que llenar un cupón podía cambiarle al afortunado la vida.
Aunque no en forma excluyente, es también el período que mayor cantidad de material conserva el archivo del Centro de Historieta y Humor Gráfico Argentinos de la Biblioteca Nacional, proveniente principalmente de las colecciones de Eugenio Zoppi, Julio Lagos, Jorge Morhain, David y Enrique Lipszyc y el propio Garaycochea; la donación conformada por materiales de directivos, docentes, colegas y ex alumnos son la base de esta nota.
“Esa fue mi inspiración confesa”, reconoció Enrique Lipszyc en uno de los dos bellos tomos (que fueron publicados en 2013 a propósito de los 50 años de la sede de la Escuela en San Pablo, que todavía funciona en Brasil) y que entregó, junto a su hermano David, en una visita a la Biblioteca Nacional. Ambos fueron artífices de una institución de la que casi no hay aspirante a dibujante de los años 50 y 60 que no haya sabido de ella: Aldo Baamonde, Rubén Sosa, Horacio Lalia, Lucho Olivera, José Muñoz, Leopoldo Durañona y José García López fueron, en distintos momentos, algunos de sus alumnos, junto a otros que se nombrarán a lo largo de estas páginas.
Las décadas de 1950 y 1960 fueron los momentos más emblemáticos de esta institución que dictaba clases presenciales y por correspondencia
La EPA fue pensada, inicialmente, para jóvenes entre 18 a 25 años con “poco tiempo para estudiar y mucho interés en la parte práctica y profesional”. El aprendizaje de las nociones esenciales del dibujo se desarrollaba en dos años (Curso Regular y Curso Profesional), luego de lo cual se elegían, para el tercer y no obligatorio último año, especializaciones como Ilustración, Publicidad, Historieta, Humorismo, Pintura. Durante varios años la oferta incluía la “ilustración de la chica bonita” categoría hoy políticamente impresentable pero que tenía cabida en las revistas de entonces y de la que era un exponente destacado Tito Menna, primer director de la Escuela, al que luego siguió Enrique Vieytes.
Dibujar y pintar del natural con modelos vivos era la base del sistema de aprendizaje, acorde a la práctica de dibujo usual en la época. A grandes rasgos era una enseñanza canónica, de corte clásico, con énfasis en el realismo, y con algunos conceptos quizás actualmente en desuso o ya complejizados.
Pero lo que distinguía a la Panamericana de cualquier otra propuesta similar eran los “profesores-profesionales” a quienes los estudiantes ya conocían, veían sus trabajos en los anuncios publicitarios y en las tapas de las revistas o seguían y leían en las historietas que cada semana esperaban en los kioscos.
Los que completaban el cupón recibían a vuelta de correo “cinco cursos completos en uno solo”, y se hacían acreedores de un equipo completo para iniciarse en las prácticas
¡En 15 meses puede prepararse para el triunfo! Inscríbase”
He aquí el equipo inicial de los 12 famosos artistas del curso por correspondencia y que, en la mayoría de los casos, también dictaba o dirigía las clases en las aulas: Joaquín Albistur, Alberto Breccia, Rodolfo Claro, Luis Ángel Domínguez, Carlos Freixas. Adolfo Mazzone, Tito Menna, Joao Mottini, Carlos Roume, Pablo Pereyra, Enrique Vieytes, Hugo Pratt, a quien –con gran intuición para detectar talentos– Enrique Lipszic dedicó un libro a su obra en 1955.
En algún momento los nombres rotaron y se incorporaron a esta modalidad de enseñanza a distancia Narciso Bayón, Ángel Borisoff, Daniel Haupt y Carlos Garaycochea mientras –con ellos u otros– crecía el plantel docente presencial, los materiales de estudio cambiaban y se actualizaba la oferta de especialidades: diseño de interiores, por ejemplo, y, ya después, fotografía, cine y diseño gráfico.
Los que completaban el cupón recibían a vuelta de correo “cinco cursos completos en uno solo”, según explicitaba la folletería. En conjunto o de a una, les llegaban 15 carpetas: 120 lecciones, 240 páginas, 2000 dibujos sobre ilustración, historieta, pintura, dibujo publicitario y dibujo humorístico. Se hacían acreedores de un equipo completo para iniciarse en las prácticas y de un disco de vinilo con las voces de algunos de los profesores a modo de introducción general. Un lujo.
Las lecciones iban de conceptos generales como la composición, la técnica del pincel, la pluma o la acuarela, a particularidades como el movimiento de las manos o de los caballos, las “aguas rugientes” y de “la ropa impulsada a velocidad o por la brisa”.
Según uno de los textos de las lecciones, elaborados por Vieytes, “la construcción de un ambiente es uno de los trabajos más interesantes y a la vez más complicados que tiene el historietista” Es la misma idea que Lito Fernández recuerda haberle escuchado decir a Breccia en una de las clases presenciales de la EPA a las que primero asistió como alumno y luego volvió como profesor. Mientras estudiaba, un editor se acercó a buscar dibujantes a la Escuela y Lito empezó a publicar “gracias a Dios y a la Panamericana que me dio las primeras herramientas”
La propuesta a distancia era “ver, pensar y dibujar” y aunque como primer paso la indicación de los ejercicios era repetir, lo que se requería era mucho más que eso: “el curso no enseña a copiar los dibujos sino a razonarlos”. Era evidente que, con los trabajos de artistas de esa talla, la tentación de la imitación era una amenaza agazapada en cada página.
Dirigidos de forma discriminada a “principiantes y a “adelantados”, una vez por mes los ejercicios correspondientes a cada lección debían mandarse a la Panamericana para su evaluación.
“Recuerdo la emoción que sentía cuando, a vuelta de correo, me mandaban los trabajos corregidos firmados por Hugo Pratt –cuenta Lolo Amengual, que recibió el curso en Córdoba en la adolescencia– Mucho tiempo después me di cuenta de que no era su firma manuscrita sino que estaba pre-impresa, como si fuera un sello”
“Tome el lápiz y comience a crear”
El alma mater del proyecto, al que luego se integró David, fue Enrique, el mayor de los dos hijos de una pareja de inmigrantes judíos polacos que llegó a la Argentina en 1930. Veinteañero, inició el proyecto que sería el germen de la Panamericana: la Escuela Norteamericana de Arte y el Curso de Dibujo del estadounidense Alex Raymond, el creador de Flash Gordon y Rip Kirby y figura de influencia determinante en la historieta argentina junto a Harold Foster, Burne Hogarth, Milton Caniff y Frank Robbins.
La producción estadounidense era donde tenía puesto su ojo Lipszyc así como buena parte de los creadores de entonces; la comparación era ineludible y permanente.
La licencia para Latinoamérica, se la otorgó la filial argentina de la King Features Syndicate: “Decídase, tome el lápiz y comience a crear”, alentaba la última de las 148 lecciones adaptadas para su versión en español por Carlos Freixas.
En 1953 Lipszyc publicó, con el sello de la Escuela Norteamericana de Arte, El dibujo a través del temperamento de 150 famosos artistas (para descargar en PDF), un volumen de 406 páginas, y un año y medio de investigación en el que explicaba el paso a paso de la elaboración de viñetas, personajes y otras imágenes a través de los trabajos y opiniones de representantes, consagrados o en sólido ascenso, de la historieta estadounidense y de la nacional, que atravesaba una etapa de madurez, superación y producción (cuasi) industrial con pasos, roles y funciones definidas, tal como detallaban los materiales de enseñanza.
“Estamos en la Era de la Ilustración, y por consiguiente, de la Historieta. Su historia es muy corta, y hay mucho por hacer... Son muy pocos los que vislumbran el enorme poder encerrado en una historieta o una ilustración. Las ilustraciones educan, divierten, atraen, fascinan, venden, alientan, construyen y destruyen”, apuntó Lipszyc en la presentación de la obra.
Hete aquí: esa convicción del dibujo como una herramienta del futuro, tanto a nivel personal como social, fue la que sostuvo un proyecto de envergadura que su autor hizo crecer a partir de entonces:
“De valor insospechado”
En 1954 la Norteamericana devino en la Panamericana de Arte y el Curso de Alex Raymond en el curso de los Famosos Artistas, inspirado en las 24 lecciones desarrolladas por la Famous Artists Schools de Connecticut, en Estados Unidos, a partir de 1948.
La estructura, la organización, la presentación y la estética de los cursos eran similares y abarcaban tanto a los ya mencionados conceptos clásicos del dibujo, como una idea ampliada de su aplicación, en crecimiento exponencial: el llamado por entonces “arte comercial”, que ampliaba los alcances de la faz artística del dibujo hacia una gama variada, redituable y concreta de aplicaciones.
“Puede ser una portada de una revista para hacer más atractiva y vendedora la misma. Puede ser una ilustración para novela, para hacer que la gente desee leerla. Puede ser el dibujo de un automóvil para crear el deseo de poseerlo. Pueden ser historietas que despiertan la fantasía e impulsan a comprar millones de ejemplares mensualmente (...) Se extiende hasta almanaques, afiches, displays para vidrieras, diseños de envases, etiquetas, pinturas e ilustraciones, para productos, figurines de modas... “
En ese marco gráfico ampliado se consolidó la figura del dibujante publicitario, que era otra de las especializaciones propuestas por la EPA.
A la vez, y en un gesto convergente, la historieta fue utilizada en “función promocional” y se volvió un recurso “de valor insospechado”, según un artículo de la revista Dibujantes.
La estructura, la organización, la presentación y la estética de los cursos abarcaban tanto a los conceptos clásicos del dibujo, como a una idea ampliada de su aplicación: el llamado por entonces “arte comercial”.
Descargar PDF "Técnica de la Historieta"
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El proyecto incluyó la edición de varios libros que reciclaban o completaban información bajo dos ejes insignia: las lecciones generales de dibujo y la historia del lenguaje de los cuadritos.
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“Allá por los ´60 fui a estudiar dibujo publicitario a Buenos Aires, convencido que esta carrera me daría una honorable salida laboral. Y algo así resultó. La enseñanza en la Panamericana fue muy completa. Pablo Pereyra y algunos profesores más nos enseñaron a bocetar avisos, folletos, afiches así como los distintos medios de impresión, en aquellos tiempos de sistema tipográfico y clisés. En mi caso, además, como siempre me interesó el dibujo, la historieta, la ilustración, recorrí distintos segmentos del aprendizaje en la inolvidable Escuela”, cuenta Hugo Costanzo, que vive en Tres Arroyos donde todavía se dedica a la publicidad. Agrega: “Mi agradecimiento a quienes me dieron el empuje inicial y me inculcaron el amor por la línea y el color”.
Tanto las agencias extranjeras como nacionales –que habían comenzado a funcionar en el país en la década de 1920, venían en pleno crecimiento: los 60 resultaron la época dorada de la publicidad en el mundo. Nada de los recelos que surgieron en relación esta actividad que era a la vez celebrada, requerida y cuestionada por razones filosóficas y éticas, opacaron el entusiasmo de la EPA por el ese futuro que, embarcado en lo que definían como “arte comercial”, se aventuraba promisorio.
“Hágalo usted mismo”
A fines del siglo XIX, con la masificación de los servicios de correo, apareció la primera alternativa de educación no presencial que fue la enseñanza por correspondencia. Esta modalidad a distancia creció y se diversificó en las décadas siguientes con cursos de toda índole: carpintería, mecánica, electricidad, jardinería, mecanografía, corte y confección, radiofonía... Y por supuesto dibujo. Cursos simples y cortos que auguraban éxito, independencia, superación personal, ascenso social y una salida laboral. En muchos casos, con apenas disimulados fines comerciales y poco respaldo académico, estas propuestas quedaron teñidas por la desconfianza y fueron poco valorizadas desde la educación formal. En un momento, incluso, la revista Dibujantes inició una campaña –que generó polémica– contra el “engaño” de ciertos cursos de dibujo que jugaban con las ilusiones de quienes se anotaban y le sacaban dinero presumiendo enseñar lo que no sabían.
Por otro lado, el sistema a distancia resultó un modo de democratizar el acceso a la información. En el caso de la Panamericana, gracias al correo lograron acercarse a Pratt, a Breccia y al resto de los 12 famosos, los entonces jóvenes Roberto Fontanarrosa (Rosario), Walter Fahrer (Santa Fe) y los hermanos Mario y Jorge Morhain –el uno dibujante y el otro guionista en actualidad–, que vivían en Máximo Paz, localidad bonaerense a la que las revistas y las cartas llegaba por tren.
Jorge había leído las historietas de Oesterheld y ya había decidido dedicarse a escribir guiones, pero la elección se reafirmó cuando compró el volumen La historieta mundial escrito, compilado y editado por Enrique Lipszyc y descubrió que el autor de El eternauta ejemplificaba con un guión autobiográfico cómo se presentaba una historia.
El proyecto de la Norteamericana-Panamericana-Editorial Lipszyc incluyó la edición de varios libros que entre sí reciclaban o completaban información bajo dos ejes insignia: las lecciones generales de dibujo y la historia del lenguaje de los cuadritos. A los ya nombrados le siguió, en 1967, Técnica de la Historieta y un año después el catálogo-libro de la Primera Bienal Mundial de la Historieta, organizada por la Escuela junto al Instituto Di Tella, en cuya sede se llevó a cabo. Dirigida por David Lipszyc y Oscar Massota, fue un intento de promover el encuentro entre la vanguardia artística y la cultura de masas, en el marco de la revalorización mundial de la historieta como objeto de estudio, en un contexto políticamente radicalizado.
Los avisos que quedaron instalados en el imaginario de muchos lectores de revistas fueron los avisos-historietas que prometían una carrera fulgurante. Tenían el tono afín a las publicidades del fisiculturista Charles Atlas (“Yo era un alfeñique de 44 años...) y resultaron un anzuelo, sin restarle seriedad a la propuesta pedagógica.
“La formación perfecta de futuros profesionales”
Los cursos de educación a distancia proliferaron a partir de los años 40 y sus grandes difusoras fueron las revistas. En un relevamiento en torno a distintas publicaciones de historieta para el blog Top-Comics, Carlos Martínez (otro ex alumno de la Panamericana) detectó por lo menos una decena de propuestas de enseñanza de dibujo. La transmisión de experiencias gráficas se hacía también en talleres reducidos, en clases individuales, o en los estudios de los artistas que tomaban aprendices.
La existencia misma de publicaciones especializadas, como Dibujantes primero y Atelier después, da cuenta de la proyección artística, social y laboral de la actividad gráfica hacia la mitad de la década de 1950, donde la información ligada al ámbito publicitario llegó a tener sus secciones fijas. En las páginas de Dibujantes convivían avisos de las diferentes propuestas educativas y más allá de los anuncios, había un vínculo más o menos sistemático con la Panamericana: se entrevistaba a sus profesores, se reproducían algunas lecciones y se refería a sus actividades... Entre revista y escuela había una praxis y una cosmovisión profesional compartidas.
“La oportunidad de su vida”
Así como los profesores de la Panamericana eran dibujantes que “enseñaban a través del dibujo a hacer dibujos”, la Escuela publicitaba sus contenidos –la historieta por ejemplo– con publicidades en formato de historieta (realizadas por los propios docentes). Y eran las las habilidades relacionadas al “arte comercial” que enseñaban, las que se aplicaban para difundir su método de enseñanza. Su estrategia incluía folletos bien pensados, con formatos y diseños originales y mensajes claros y elocuentes que excedían su objetivo promocional.
“La grandeza y la prosperidad de un pueblo –decía uno– derivan en primer término de la cultura y la capacitación de las gentes que lo habitan. En Latinoamérica el avance se verá impulsado positivamente el día que los pueblos logren el índice de capacitación que las creciente actividades de la industria y el comercio requieran para su desarrollo (...) Entre las múltiples necesidades que estas actividades reclaman, ocupa un puesto de enorme importancia el Dibujo Profesional en todos sus innumerables aspectos”.
De todos avisos, sin dudas los que quedaron instalados en el imaginario de muchos lectores de revistas fueron los avisos-historietas que prometían una carrera fulgurante. Tenían el tono afín a las publicidades del fisiculturista Charles Atlas (“Yo era un alfeñique de 44 años...) y resultaron un anzuelo, sin restarle –contra lo que hoy se podría suponer– seriedad a la propuesta pedagógica.
“Yo había visto en una revista un aviso que decía que siendo dibujante te volvías rico y famoso así que después de hincharle mucho a mi viejo me anotó en la Panamericana. La publicidad era de un tipo que trabajaba en una fábrica y después de tomar clases de dibujo terminaba en una pileta rodeado de chicas bonitas. Bueno, a mí me pasó al revés o peor, si siquiera empecé en la pileta y terminé siendo un dibujante explotado”, contaba Eduardo Maicas, en una entrevista concedida a la Biblioteca, y se reía, mientras notaba que el tiempo pasaba y él estaba atrasado con la entrega.
En los 50, cuando el proyecto que decantó en la EPA empezó a gestarse estaban en su apogeo las Academias donde, en cursos de once meses, estudiaban mecanografía, taquigrafía, secretariado y teneduría de libros “los triunfadores del mañana”, según prometían.
Complementariamente, ya desde hacía tres décadas el interés por los inventos se había instalado en la valoración social popular. La confianza en la ciencia y la técnica como motor del progreso indefinido fue una certeza que se implantó en el discurso y el quehacer cotidiano de la Argentina y se sostuvo en el tiempo, tal como lo prueban revistas como Hobby (que ofrecía el curso por correspondencia 12 lecciones de dibujo artístico y publicitario, de José Serrano).o Mecánica Popular de longeva circulación en el mercado de la edición técnica de divulgación.
En 1967 Lipszyc, director de la Panamericana, decidió darle una nueva identidad gráfica a la institución. Por idea de Pino Milas, una Gioconda con aire pop se convirtió en un símbolo visual muy pregnante en Buenos Aires, durante varias décadas
La sección “Los grandes inbento deste mundO”, de César Bruto en Rico Tipo; el grupo de amigos hobbistas y con saberes técnico-científicos de El Eternatura; el piloto Joe Zonda que todo lo aprendía por correspondencia; y la creación de Lúpin “la revista de las cositas útiles” con sus planos e instrucciones dieron cuenta –desde la ficción– de ese entramado en que la Panamericana quedó inscripta.
La ilusión de una realidad mejor y de un futuro en el que se podía triunfar por imperio de la voluntad personal era una convicción que, si bien era acicateada por las promesas publicitarias, estaba socialmente arraigada y eso le dio credibilidad y perdurabilidad a la Escuela Panamericana de Arte que –por varias décadas– trazó el devenir del dibujo en la Argentina.
“Hacé la tuya”
En 1967 David Lipszyc. director de la Panamericana por entonces, decidió darle una nueva identidad gráfica a la institución. Por idea de Pino Milas, una Gioconda con aire pop se convirtió en un símbolo visual muy pregnante en Buenos Aires, durante varias décadas. Un ícono inmenso: Martín Mazzei se encargó de que la musa de Leonardo Da Vinci fuera dibujada en la fachada de veinte metros de la sede de Juramento 1765 de la EPA, en Belgrano.
“Hacé la tuya”, desafiaba la convocatoria a un concurso en torno a esta musa del arte organizado para el 25 aniversario de esta escuela que, ya sin los cursos por correspondencia y con un perfil más definido hacia el cine, la fotografía y el diseño gráfico, funcionó en la Argentina hasta el año 2000.
Testimonio: Oscar Grillo
“Es como tener al profesor justo al lado de su hombro para ayudarlo a convertirse en un dibujante profesional”, aseveraban los anuncios del Curso de los Famosos Artistas.
Pero Oscar Grillo –que ingresó a la Escuela a los 14 o 15 años y sigue dibujando ahora que tiene 78– sostiene que no, que no era lo mismo, que la presencialidad te hacía parte de una comunidad.
“La Panamericana era como un club donde la gente se encontraba; se charlaba con los profesores; aprendías viendo a esos grandes y a la vez te ayudaban en lo que vos querías ser y hacer; te cruzabas con otros estudiantes en los pasillos, incluso había una alegre rivalidad en los que habían elegido la especialidad de historieta y los de humor. Se dictaban conferencias los sábados, ciclos de películas que no pasaban en los cines...
Buenos Aires era un hervidero de cultura con el tango, el jazz, las galerías de arte... Y la Escuela nucleaba todo eso, era el centro de ese fervor. La Panamericana concentraba todo mi entusiasmo. Incluso cuando terminé el curso seguí yendo porque me gusta el ambiente”
Un aporte muy generoso
Agradecemos especialmente al artista plástico Carlos Alberto Nieva por compartir con nosotros este excelente material de consulta: “El Dibujo a través del temperamento de 150 famosos artistas”. Carlos es ex alumno de la Escuela Panamericana de Arte y además de dedicarse a la pintura y el dibujo, en su blog “Fanaticomics” comparte tutoriales y notas de gran interés. Recomendamos visitar su sitio.
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Judith Gociol es Coordinadora del Archivo de Historieta y Humor Gráfico Argentinos de la Biblioteca Nacional (https://www.bn.gov.ar/biblioteca/centros/historieta)